el lago gris
- diego fernando gutama
- 2 dic 2020
- 11 Min. de lectura
Errar es humano, pero aprender de esos errores y experiencias lo es aún más, como es el caso de Tomás, que no obedecía a los consejos de su madre, una mujer joven, agricultora de oficio, quien se había quedado viuda apenas nacido su único y testarudo hijo, a quién en reiteradas ocasiones advertía sobre todos los peligros que acechan los confines del cerro Pachamama y el riesgo al que se exponía cuando de casa se escapaba, tras abandonar sus tareas a medio hacer para ir a jugar en aquel desolado lugar, Tomás tenía tan solo ocho años, pecaba por sus diabluras, y su ingenuidad traviesa lo llevaba a corretear al borde de tremendos precipicios, en cuyos bordes rocosos se escondían cuevas, imperceptibles a la simple observación cotidiana de los transeúntes, menos de la de Tomás que, en innumerables ocasiones visitaba estas cuevas en búsqueda de alacranes y lagartijas, era muy normal escucharle comentar a sus amigos, la serie de hazañas que se ingeniaba para que caigan en su trampa, que no por nada había formado una serie que bordeaba los trescientos ejemplares en toda gama de colores, tan grande era la colección que ya no encontraba en donde ocultarla a la vista de su mamá, el pequeño cartón azul en el que le regalaron un par de zapatos, ya no era suficiente para esconder todos sus arácnidos, hasta que cierto día por miedo a la advertencia que le hizo su madre de limpiar por completo su cuarto y sacar todos los juguetes que ya no usa para regalar a los niños de la calle, en represalia a la despreocupación en las tareas escolares y como consecuencia sus bajas calificaciones, pensó que podría proteger su valiosa colección si la llevaba en su mochila que le acompañaba a todo lado.
Al día siguiente del regaño, un día normal de escuela, había cantado el viejo gallo del corral un poco antes del crepúsculo y el niño estaba ya despierto antes que su madre, corrió a tientas tras una compuerta vieja que estaba arrimada detrás de un cilindro de gas, miró fijamente a sus trescientos sesenta grados pendiente que nadie lo vigilara, se agachó y saco cautelosamente la caja, tomó una chalina blanca de alpaca que su mama había olvidado sobre la puerta, envolvió la caja cuidadosamente, la metió en su mochila y la puso junto a la entrada de la puerta principal de su casa y así espero hasta el momento en que se despidió de su querida madre para ir a la escuela.
Ya al atardecer, después de clases, Tomás jugó más de media tarde con dos de sus amigos que vivían al frente de su escuela, y que por su cercanía siempre acudían a ella para hacer los deberes, o para aprovechar del patio y de los juegos infantiles que a esas hora ya habían sido desocupados por completo por el resto de niños, un fuerte pelotazo que impactó y trizó el vidrio de una de las ventanas de la dirección fue suficiente para que Tomás recordara que tenía que partir, su madre no lo esperaba en casa porque era día de feria, y no regresaría sino al anochecer después de vender toda su cosecha, como de costumbre tomo su mochila, se despidió de sus amigos y en precipitada carrera tomó rumbo a la montaña, en el camino que en si era un sendero de piedras, con formas geométricas apiladas en forma continua y que vista desde lejos se asemejaba a una serpiente ascendiendo a la planicie, según las versiones de moradores del sector, esta ruta la utilizaban los incas y los cañaris, desde mucho antes de la llegada de Colón a las Américas, generación tras generación dejaron sus huellas en este recorrido que lleva al cerro, lo bordea y continúa su recorrido hacia el norte, llegando a lugares como Cojitambo e Ingapirca, en el trayecto que era solo de subida, Tomás se detenía para recoger insectos muertos, y una que otra mora silvestre, una vez ya en la parte alta del cerro, Tomás secó el sudor de su frente con un pañuelo que llevaba en el bolsillo de la camisa, contemplo con un suspiro al sol que vestía una tonalidad rojiza poco antes de ocultarse en el horizonte, giró su cabeza, divisó el cumulo de nubes grises que se había formado, como si estuvieran retando al agonizante astro rey a una batalla campal en medio del altiplano; sin titubeos y más pérdida de tiempo agachó su cabeza y empezó la búsqueda de alacranes, merodeaba de lado a lado, entre las plantas y entre las piedras, la noche se fue adentrando en un santiamén y no lograba los resultados esperados en su exploración, se dirigió a unas rocas, que por su aspecto y ya dada la experiencia en sus redundantes expediciones era el sitio en donde más víctimas caían en sus trampas, inmediatamente saco un puñado de insectos muertos, los juntó y los apilo uno sobre otro sobre unos musgos adheridos a la roca, sostuvo un cartón boca abajo y en él un extremo acomodó una rama como soporte, le hizo un nudo con un hilo largo, corto el hilo, y se sentó a lado, mientras aguardaba saco su colección de tazos que había ganado en la escuela, los observó uno por uno, los contó, y mientras llegaba al treinta y uno, se percató que un alacrán se acercaba sigilosamente a su trampa, en seguida se puso en alerta para tirar de la cuerda, una vez logrado su cometido recogió con cuidado la caja, para que el alacrán atrapado no se le pudiera escapar, pero para su mala suerte este resbaló y quiso ocultarse entre las rocas, en seguida ubicó el rumbo que había tomado, y para evitar que se le escape, lo tomó con sus dedos por la pinza izquierda, el alacrán al encontrarse sometido curvó su cola y con ella aguijoneó la palma de la mano de Tomás, él miró al cielo fundido en un grito intenso más de susto que de dolor, desesperado arrojó los tazos que tenía en su otra mano y en una veloz brazada lo aventó con tanta fuerza que el alacrán salió volando a unos siete metros, inmediatamente llevó su palma picada a la boca, y se mordía como que queriendo succionar el veneno, con la saliva trataba de algún modo aliviar el quemazón que sentía en su mano, recién llegada la noche trataba de ver el reflejo de la luna en alguna fuente de agua en la que pudiera lavar la mano hinchada y aliviar el hinchazón que se le había formado, entre un bosque de mandrágoras divisó que algo brillaba en un charco, corrió al mismo pero no había avanzado ni una distancia más larga que lo que mide una cancha de tenis, y ya se sintió muy agitado y acalorado, le empezó a temblar las manos con un ligero cosquilleo , no se explicaba por qué en esa corta carrera sudaba como si hubiera corrido una maratón, a medida que avanzaba se le iban durmiendo los músculos de los brazos, del abdomen, de las piernas, todos en forma progresiva, un veneno letal se había esparcido por todo el cuerpo, hizo el intento de saltar un escollo, pero al hacer contacto con el suelo la pierna se entumeció y cayó junto a un matorral, abrió los ojos y la luna se apareció ante su mirada, era luna llena y todo su brillo resplandeció en sus pupilas, cada pestañeo transmitía a sus oídos el sonido del golpe de un tambor que se sintonizaban con las estrellas y en esa infinidad resplandecía un eco, esa melodía más el sonido descompasado de los latidos de su corazón formado un ritmo musical, su respiración se dificultaba, no podía inhalar la cantidad de aire que normalmente lo haría, de repente no podía controlar ningún movimiento, mientras permanecía tirado en el piso alumbrado por la luz de las estrellas que se confundían con el de las luciérnagas, escuchó muchas risas y pasos como si se estuvieran acercando, y entre voces escuchaba su nombre y a medida que lo repetían, un ataque de risa invadía a los murmullos como si su nombre fuera el objeto de las más macabras burlas, había transcurrido alrededor de una hora y empezaba a recobrar poco a poco el control de su cuerpo, ya lograba mover los dedos de la mano hasta hacer puño, esto alivio un poco el susto que se había trasformado en desesperación, la sombra de una lechuza contra luz se veía volar en el aire, cuando logró reincorporarse, alzó un poco su cabeza y frente a él se encontró con una vaca que permanecía acostada y fijamente lo observaba, detrás de ella divisaba una cascada que escondía la entrada a una gran cueva, de ella salieron muchos alacranes todos del tamaño de una persona, incluso hasta más grandes, y como si fueran una especie de hormigas iban en filas coordinadas, se entendían entre ellas, y todas iban en dirección a él, al ver esto el muchacho atónito no vaciló en echar la carrera, pero cuando daba su segundo paso escuchó una voz grave que le dijo: -a dónde huyes?- se reviró y no podía creer que la vaca le estuviese hablando, un silencio se instaló al instante, entre tanto los alacranes ya habían formado un anillo alrededor de esta escena, ante esta situación sacó un poco de insectos que traía en su bolsillo del pantalón, y los lanzó tan lejos como pudo y de esta manera provocar a toda esa multitud de alacranes ir por ellos, pero fue solo en vano, ninguno mostraba el menor interés, la vaca que permanecía acostada tragó el ultimo bocado de hierba que tenía en su mandíbula y nuevamente empezó a hablar, y en un todo interrogativo le pregunto al niño: - ¡hey niño! ¿qué haces aquí tan solo y en la noche?...- Tomás no atinaba que responder, tardó en reaccionar y apenas lo hizo entró en un llanto amargo y desesperado, agachó la cabeza y mientras de su nariz se desprendía una lágrima en caída libre, observó que del suelo empezaba a salir un humo blanquecino con olor a ébano, en el centro, una silueta humana se iba formando, según las facciones de su rostro se trataba de un hombre, alto y robusto, con la cabellera larga y suelta, tres plumas blancas en el lado izquierdo de su cabeza hacían juego con su lanza un poco más extensa que el largo de su cuerpo, en su pecho, como el oro resplandecía un colgante en forma de sol atado a un collar hecho con fémures de gavilán, una vestimenta rara pero elegante hacía suponer que no era una persona de aquel lugar, ni mucho menos de aquel tiempo, sus pies descalzos se acomodaban con tranquilidad al rígido piso rocoso y en su frente se leían surcos que delataban su avanzada edad, este misterioso hombre al ver el susto y el llanto en el niño, le propinó una suave palmada en el hombro y le dijo: -no tengas miedo muchacho, al igual que tu padre tu curiosidad es imbatible, excesiva y peligrosa, yo estoy aquí para advertirte que no cometas los mismos errores que él , tu padre se adentró a una selva de la cual no pudo volver a salir, tenía un espíritu de guerrero cañari e instinto de protección como lo tuvieron nuestros ancestros, y tú llevas la misma sangre, eres portador de una sabiduría milenaria y como tú hay muchos, pero lamentablemente, ese conocimiento ha permanecido desmayado, y más en las actuales generaciones que se alimentan del ego y de lo material, y en lo espiritual han fenecido lamentablemente en medio de una sociedad decadente, tú debes seguir escuchando a tu corazón y andar con las precauciones del caso, siempre midiendo los peligros para que no te suceda lo mismo que tú padre, los humanos son mucho más peligrosos que una jauría de leones hambrientos, es tu camino profundizar y rescatar la sabiduría, escucha los cuatro vientos, escucha el silencio que habla, escucha el corazón que sabe, deja que en tu interior se encienda el fuego bendito del jaguar libre, habla con las estrellas y ve en cada una de ellas la razón de tu esencia, acepta la sabiduría de la naturaleza, la sapiencia de los animales, rescata el poder curativo de las plantas que las grandes marcas comerciales tratan de erradicar, inventando curas y manipulando enfermedades, atesora la vida en un segundo, en un minuto, con cada día que pasa, porque cada día es un nuevo escenario- en seguida una nube se formó en el cielo, el hombre misterioso direccionó su brazo y señaló a ella, Tomás miró impresionado, no podía creer todo lo que estaba sucediendo, y cuando tenía la intención de decir algo, una imagen se divisó en la nube, era un intenso lago, en medio de un sistema de verdes montañas, un cielo azul se esparcía por encima de todo este hermoso paisaje, pero en medio del bosque que se extendía junto al lago se escuchó una explosión, y muchas aves en revuelo veloz se dispersaron en todas las direcciones chocándose entre ellas, de entre dos árboles brotó una mancha oscura, era como un líquido negro cuya vertiente iba en dirección al lago, tenía la espesura de la sangre y se veía como sangre negra, hervía porque de ella se desprendía un tipo de hollín, las azules aguas del maravilloso lago se tiñeron de negro y como en una olla hirviendo, en sus esquinas se reventaban burbujas espesas, esta marea negra exhalaba un olor a hidrocarburo y se extendía por los páramos, dejando ese paisaje rico de colores en un lienzo de caos, desgracia, destrucción y muerte, todo era inerte, Tomás no entendía todavía la razón de esas imágenes, pero si sentía una angustia, una infinita tristeza ver a muchos animales en agonía, enfermos a causa de toda esa masiva intoxicación, incluso sentía culpa ya que recordaba como muchas veces sometía a sus alacranes a severas torturas, sin pensar en que al hacerlo atentaba contra una especie animal, hubo un momento de silencio entre los dos, y el chico irrumpió para preguntarle acerca de su padre, tenía incertidumbre y dudas no esclarecidas sobre la repentina razón por la que su padre jamás regreso, a lo que este ente le contestó: - tú padre junto a dos amigos sucumbió ante una mafia de cazadores y criminales que traficaban cóndores, osos de anteojos, y otras especies, tu padre quería liberar estos animales que permanecían en cautiverio en un campamento en medio de la selva para luego ser comercializados al mercado negro, y así evitar que se ponga en riesgo la supervivencia de su especie, y caigan en la extinción como ya ha pasado con otras, pero lamentablemente fueron sorprendidos una noche, mientras desencadenaban un cóndor, para sacarlo de su jaula y ponerlo en libertad, el guardia del campamento se percató de su presencia por los ladridos de los perros y en seguida alertó al resto de sus compañeros, quienes al instante acudieron al lugar y los rodearon, los capturaron y los asesinaron, con la intención de borrar toda evidencia y testimonio de su ilícito y cruel negocio; Tomás quien había pasado durante mucho tiempo llorando la ausencia de su padre, sentía tristeza al conocer su trágica muerte, pero a la vez sentía mucho orgullo por la valentía que le había caracterizado, lo revelaba su sonrisa que no lograba ocultar a la vista del misterioso señor, esperó que el ciclón de emociones repentinas se tranquilice un poco, para poder articular sus palabras, el hombre nuevamente acercó la palma de su mano a la cabeza de Tomás y este repentinamente cayó al piso y permaneció inconsciente durante media hora, el primer estímulo que recibió del mundo exterior después del shock en el que había caído era en su mejilla, la sentía húmeda y escuchaba como si alguien respirara cerca de su oído, abrió los ojos y lo que encontró fue a Tombo su perro, quien se mostraba muy contento, su cola no para de agitarse de lado a lado, lo acercó más, lo abrazó, y este no dejaba de lamerle en la cara, de reojo pudo divisar por detrás una sombra, era la de su madre que desesperada se acercaba a él, no supo que decirle por temor a ser regañado, su madre solo lo abrazó fuertemente sonrieron ambos y los tres regresaron a casa.
Desde entonces han pasado 20 años y Tomás acude a este lugar con su hijo, ya no recolecta ningún arácnido ni insecto como lo hacía antes, cada vez que sube al cerro medita sobre tan extraño y profundo suceso que le ha hecho ver la vida de otra manera y le ha permitido ser una mejor persona, enseña a su hijo el valor de la vida, que por más variada y diminuta que sea, debe ser preciada y respetada, y para tener la certeza de que todo eso lo vivió y no fue solo un sueño, desde aquel acontecimiento le sucede cosas extrañas y no solo a él sino a muchas personas que visitan el lugar quienes atestiguan ver bolas de fuego salir del suelo y dispararse por los aires, levitan extraños objetos y se escuchan voces en el viento.

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